En esta etapa, Aylwin fue sin duda un actor relevante. Como Senador, Presidente del Senado y Presidente Nacional del Partido Demócrata Cristiano, debió enfrentar la difícil tarea de impedir la radicalización ciudadana, hacer respetar la institucionalidad política y asegurar el cumplimiento de las garantías democráticas. Fiel a sus convicciones, buscó por todas las vías un entendimiento que permitiera restablecer la convivencia entre los chilenos y encontrar una salida democrática a la crisis integral que afectaba al país.

Las elecciones presidenciales de 1970 evidenciaron un Chile dividido en tres tercios, cada uno con proyectos políticos excluyentes, en medio de una sociedad fuertemente ideologizada y donde la violencia era ya una forma de acción política, abriéndose serias interrogantes sobre el futuro de la democracia chilena.

Autodefinido como el “primero de la oposición”, desde su cargo como Senador y Presidente del Senado, Aylwin defendió los valores democráticos e institucionales, rechazando la radicalización de los partidos de gobierno y el creciente clima de violencia que se vivía en el país.

Militante disciplinado, respaldó a la directiva de su Partido, colaborando con la mesa presidida por Narciso Irureta y luego por Renán Fuentealba, a quien sucedió en el cargo en mayo de 1973, a pocos meses del golpe militar.

Con la responsabilidad de ser el Presidente del mayor partido político, Aylwin debió enfrentar a un mismo tiempo a una derecha intransigente, que había declarado como ilegítimo el gobierno de Allende, y a un Partido dividido respecto a la relación que se debía tener con la Unidad Popular; unos a favor de mantener una actitud dialogante con el gobierno, y otros, rechazando cualquier negociación e incluso acercamiento con éste.

En este contexto, Aylwin buscó en todo momento una solución democrática, aceptando el llamado del Cardenal Raúl Silva Henríquez a un diálogo político con el Presidente Allende.

Colecciones en esta etapa